
ELIZABETH Y CRISTOPHER: FIDELIDAD EN EL VORTEXO DE LA INFIDELIDAD
El adulterio es una de las experiencias más dolorosas de la vida. Permanecemos en ese dolor por mucho tiempo, ahogándonos en ira, rabia y dolor. La ansiedad que sentimos con su espada penetra también en otras áreas de nuestra vida. Nos volvemos impotentes porque comenzamos a dudar de todo lo que es importante para nosotros, todo lo que ha sido bueno y de calidad en nuestras vidas hasta ese momento.
La vida se convierte en vivir en vano. Solo para evitar la imagen de la persona a la que nos rendimos y prometimos fidelidad en el abrazo del otro o del a otra. En cualquier caso, es un golpe que cambia fundamentalmente la vida, tanto de los infieles como de los que han descubierto la infidelidad.
¿Cómo proceder después del adulterio?
Me gustaría contarles una historia de matrimonio marcada por la agonía de la infidelidad de su esposo Elizabeth Canori Mora, quien fue beatificado en 1994 por el Papa Juan Pablo II. Vivió a finales del siglo XVIII y XIX en Roma, Italia. De la historia de la infidelidad de su esposo Christopher, el hombre de hoy, en un mundo donde las estadísticas muestran que una de cada tres parejas se divorcia, puede aprender que el dolor de los matrimonios conflictivos no necesariamente termina en divorcio o terapia a largo plazo, sino en una transformación completa en la belleza de la presencia de Dios en la tierra.
No se trata solo de lidiar con las fallas de cada socio por separado porque fácilmente se convierten en autodestrucción, sino de reflexionar sobre su propia insatisfacción y deseos ocultos y volver a buscar respuestas a la pregunta de quién soy y qué quiero. Si no hacemos las preguntas correctas y no sabemos dónde podemos encontrar las respuestas correctas (a veces se necesita ayuda profesional en el proceso), y no queremos separarnos, permaneceremos en una comunidad ficticia que hierve hasta la mera supervivencia emocional. A menudo, los cristianos justificamos este tipo de supervivencia por el hecho de que Dios nos ha dado a esa persona como compañero de vida y que debemos sufrir y perdonar porque de lo contrario no somos buenos cristianos. Siempre siento lástima por Dios cuando lo describen como alguien que es insensible y quiere el sufrimiento humano y no tiene influencia en el destino humano, como alguien que acaba de crear el mundo y lo mira desde lo alto, como si la creación no sucediera todos los días, como si todos los días no tuviéramos la oportunidad de ver el mundo con los ojos de Dios. Elizabeth y Christopher, cada uno a su manera, participaron en el increíble plan de providencia de Dios que primero los redimió y los lavó con la sangre del Señor, y luego a muchos que los conocieron, tanto durante sus vidas como después, porque su historia ha inspirado y cambiado a personas durante doscientos años.
Elizabeth y Christopher vivieron en una época en la que la sociedad civil tal como la conocemos hoy estaba despertando. Ambos son hijos de su tiempo, y estas son circunstancias en las que la percepción de una mujer como ama de casa, cuidadora y educadora de niños, una familia devota y esposo se percibe como una misión menos valiosa. Elizabeth vivía esa noción de mujer, pero en ningún momento lo menospreció ni trató de cambiarlo. Además, precisamente porque abrazó plenamente su humanidad femenina y la entregó al Señor en oraciones y sacrificios diarios, pudo asesorar a muchos empresarios, industriales y dignatarios de la iglesia. Murió en la voz de la santidad y legó a su esposo la profecía de que sólo después de su muerte se convertirá: "Volverás a Dios después de mi muerte, volverás a Dios para darle gloria". Luego se arrepintió, se reconcilió con Dios y los niños, fue ordenado sacerdote y también murió en la voz de la santidad. Pero comencemos desde el principio. Isabel nació el 21 de noviembre de 1774, como la decimotercera de catorce hijos, seis de los cuales murieron a una edad temprana. Su padre era un exitoso terrateniente que vendía productos agrícolas en toda Italia, pero para ese momento, de una manera moderna e innovadora. Educó a sus hijos, Elizabeth y Benedicto, las dos hermanas de confianza más jóvenes, en el convento de santa Rita en Casca. En ese monasterio se sembró la semilla de la verdadera devoción y vida en Dios. Ambas hermanas, como niñas, tenían unas ganas para vivir en el monasterio. A la edad de doce años, antes de su primera comunión, Isabel juro vivir en la castidad. “Me he entregado completamente al Señor”- escribió Elisabeth en su diario, recordando la primera comunión. Sin embargo, el plan de Dios para su vida era diferente. Se casó con Cristopher en la edad de 20 años. Cristopher era un joven abogado de 22 años con una carrera prometedora. Se enamoraron a la primera vista. Ella era hermosa, elegante, educada, una mujer de buenos modales, profundamente religiosa sin fanatismos innecesarios. Los primeros años de la vida matrimonial vivieron felices confiaron uno en el otro, pero Christopher ya mostraba que mentalmente no está bien, a menudo abogándola con los arrebatos de celos. La quería entera para si mismo. Le prohibió visitar a sus padres, hacer artesanías y trabajos domésticas, y le molestaba para cualquier atención que le prestaran en las cenas y fiestas amistosas.
Pronto quedó embarazada, pero la niña que dio la luz murió en los primeros días después de dar la luz. Con la muerte de su primera hija, el sufrimiento entro en sus vidas, como un contratiempo. Durante ese sufrimiento, ella noto que su marido no se comporta bien. Cuando quedó embarazada con segundo hijo, estaba segura de que Cristopher tenía otra mujer. Siguieron siete años de intentar reconciliar, persuadir y demostrar. Dio a la luz tres hijos más, de las cuales sobrevivieron dos. Convencida de que los niños pueden aprender muchas cosas desde una edad temprana, les enseñaba a las cosas diferentes. A los tres años la hija Luisa ya sabia leer y poco después, junto a su hermana escribía, cosía y contaba. Para Elisabeth no había educación sin la fe en Dios, porque el sentido de la vida sin Dios no tiene significado.
Entre los esposos no faltaba la ternura, que se demuestra por el hecho de cuanto cariño y amor Isabel tenía por Cristopher, cuando su salud estaba en grande peligro y todos pensaban que sucumbiría en la enfermedad. En ese tiempo ha pedido perdón por la infidelidad. Sin embargo, eso no era suficiente para que el no volviera a sucumbir en el pecado con otra mujer después de su recuperación. Elisabeth no tenia el apoyo de la familia de su esposo. Aparte de la infidelidad, porque “no sabe como ser la esposa que Cristopher necesita”, también la culparon de los fallos comerciales de su marido. Pero los padres y hermanas de Cristopher, también lo acusaron por dispersión de la herencia a través de un abogado, porque en ese momento el adulterio era punible, lo encarcelaron en la fortaleza Angélica en Roma, para que se lo reeducan de acuerdo con las estrictas reglas. Al regresar a casa, Cristopher mostró enfado y odio hacia su esposa y la amenazo varias veces con el abandono y la muerte disparando una pistola. Fue muy sorprendente para mis familiares que tuviera ese espíritu para quedarme sola por la noche en una habitación con un hombre tan enojado, sin temblor de morir por sus manos.
En su diario escribe de que ella sola, “se pregunta con cuanta paz y serenidad sobrevivió a ese periodo. En medio de un desarrollo extremadamente difícil para Elisabeth y su familia, ella misma, después de perder a otro hijo recién nacido, se enfermó. La fiebre no la dejó durante muchos días, y en la sorpresa de todos, se recuperó y retomó sus responsabilidades domésticas y maternas. En los tres dramáticos meses posteriores a la enfermedad, cuando los familiares le aconsejaron que acudiera al monasterio, su madre le pedía de regresar a su hogar, y el confesor la animó de que anula el matrimonio. Elizabeth tomó una decisión completamente diferente en la sorpresa de muchos. Así ha dicho a su confesor: “Renuncio a cada pensamiento de anular el matrimonio, porque para la salvación de esas tres almas (el marido y las hijas) es para mayor gloria de Dios, y pongo esto antes de todas mis ganas y bienestar espiritual. Elisabeth ama a su esposo, y los dones sobrenaturales del amor, la fe y la esperanza en ella, dan los frutos del espíritu santo y un deseo sincero de salvar a su familia. Elizabeth conoce la epístola a los Corintios de San Pablo cuando habla de los adúlteros como aquellos que “no heredaran el reino de Dios” (1 Cor 6,9), y decide firmemente a seguir unas instrucciones: 1. Practicar la ternura, la paciencia y dulzura en todas las situaciones de la vida, 2. Reconocer en todas las cosas y personas la voluntad de Dios, 3. Seguir a san Pablo como compañero de Cristo en la obra suya a traves de la oración y penitencia.
Como Abraham, que salió del desierto caminando con la seguridad hacia tierra prometida, así Elizabeth con su “si”, abrió el espacio para que Dios pudiera empezar una obra nueva en ella. Dios hace todo nuevo. Elizabeth siente que el Dios la llama a una misión nueva, y ella se deja a llevar porque sabe que El será fiel en lo que la prometió.
Desde este momento parece que cada uno va siguiendo diferente camino: Cristopher totalmente enamorado en otra mujer, y Elizabeth completamente seducida de la experiencia de Dios en su vida. Pero, en verdad, en ese momento empieza renovamiento de su matrimonio. El no puede dejar a su amante, y la imagen de que el creó sobre si mismo le va a dar muchos problemas con su trabajo. Perdió la credibilidad en su trabajo. Ella no lo quería dejar en ningún momento, ya junto con sus hijas vivía ese momento de bancarrota confiando en la providencia de Dios. Eso ya no había un camino de la fe, como si pacientemente un soldado volver de la batalla. Justo en ese momento, el cura, Andrea Felici de Imola, arriba en la casa Canori Mora, y respondiendo en la voz que sentía, dio a Elizabeth una imagen de Jesús de Nazaret. La imagen santa, en frente de que Elizabeth rezaba, se vuelve milagroso, y la casa se convierte en un lugar de los muchos peregrinos. Anqué, el papa Pio VII. se recuperó después de recibir el agua que se la dio Elizabeth, después de rezar en frente de la imagen santa. Comparando con su marido, ella está en un camino de diferente fidelidad. Vive día a día lo que Dios quiere de ella. Ella ora constantemente y Dios le corresponde con dones increíbles; el don de la curación, el don de la profecía, el consejo y el don de la bilocación. En esta relación con Dios logra un equilibrio increíble que le permite vivir intensamente y conciliar sus vivencias místicas con su vida familiar; visiones y un trabajo de costurera para pagar las deudas familiares y apoyar a las hijas, el don de la curación, y el compromiso diario con los pobres y enfermos y otros necesitados que llamaron a la puerta de su casa, el don de la profecía y consejo con absoluta obediencia a su confesor. Un día le dijo a su marido: “Ríe te, ríe te, un día (después de mi muerte), dirás misa y confesaras”.
Sus hijas, Luisa y Mariana, en este tiempo vivieron en la edad de adolescencia, desafiante para todos los padres, especialmente si las ganas no se cumplen. Cristopher y Elisabeth tuvieron una crisis de financia, por eso, hermanas de Cristopher criaban sus hijas. La vida mundana afecto sus hijos (escaparon de su casa, no obedecían, etc..), pero consiguieron a salvar las de este tipo de vida. Cuando querían pasar demasiado tiempo así, los llamaba o iba con sus amigas organizando los juegos con niñas de familias de confianza, visitaban la ciudad, superando así inevitable resistencia de sus hijas con su alegría y entusiasmo.
Mariana se casó con un hombre, al cual su madre pidió a Dios por él, y Luisa descubrió su vocación para el monasterio. Su madre siempre enseñaba a las hijas que tienen que respetar y no juzgar a su padre, aunque este lejos de ellos, como en las necesidades emocionales, tan en las otras cosas. Prueba de esto es que después de la muerte de su madre, Luisa consoló a su padre animándolo a que se casara con su amante de toda la vida. Sus sentencias son prueba de la increíble herencia espiritual de que ambas hijas recibieron de su madre. Cristopher no se casó, pero experimento a su conversión en la noche en que murió Isabel. Ella tenía solo 49 años. Y en esa noche, dicen los escritos sobre la vida de bendita, Cristopher estaba fuera de la casa. Cuando abrió la puerta de la casa y vio a su esposa tendida sin vida ante él, la que se mantuvo fiel hacia el hasta el final, fue preso de un ataque de llanto y arrepentimiento por negligencia, ingratitud e incredulidad. Admitió públicamente sus errores, hasta el punto de que dijo: „En el mundo no existe tal madre, y yo no era digno de ser su marido”.
Se sorprendió por los milagros que estaban sucediendo en su casa, pero no tomo la decisión final durante la vida de su mujer. Se convirtió después de su muerte, y durante el resto de su vida llevó su imagen debajo de un sombrero. Aunque Elisabeth no tuvo el consuelo con Cristopher durante de su vida, tenia una fe profunda que construyo la vida matrimonial para la eternidad. Dos caminos, aparentemente diferentes, en un momento se convirtieron en el mismo camino que conduce a Dios, donde juntos en la eternidad observan el rostro de Dios.
- Martina Šimunić
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